domingo, 4 de marzo de 2012

La peligrosa idea de Darwin (y III)


El derrumbe de las religiones, los derechos humanos, ¿qué más le debemos a Darwin, a este auténtico Prometeo decimonónico, según la BBC?  Claro que no podía faltar en este compendio de pensamiento políticamente correcto el popular alarmismo ecologista.  Y henos aquí al inicio de esta tercera parte con un sermón más de la religión ecolojeta, exhortándonos al arrepentimiento por nuestros pecados en contra del “frágil equilibrio de la naturaleza”.

Ningún equilibrio que destruir


Lo cierto es que en la naturaleza no existe ningún equilibrio que el ser humano pudiera romper, como pensaba Alfred Russell Wallace.  Todo en ella es dinamismo, constantemente unas especies se extinguen para que otras emerjan, con y sin el ser humano.  No solo la vida, sino el universo mismo tiende al desorden, a maximizar la entropía.  Lo que los ecologistas quieren ver como un hermoso y armónico cuadro estático, en realidad es un campo de batalla despiadado donde cada especie busca expandirse lo más que pueda a costa del resto.  Volviendo a la tesis de que el hombre es igual al resto de los animales en todo, como hacen decir a Darwin los ateos, este “llamado a la conciencia” me parece absurdo.  ¿Por qué debería el homo sapiens ser la única especie que autolimite su expansión?  El hombre no puede afectar la “selección natural” porque él mismo forma parte de ella.  Nueva contradicción: se dice que el hombre “no tiene nada de especial” pero de hecho se hace una distinción neta entre lo natural y lo humano.  Los automóviles y las fábricas serían tan naturales como los diques que construyen los castores.

En todo caso podríamos ver por nuestro propio interés y velar por la conservación de otras especies en tanto que las necesitemos para nuestra expansión en el futuro, pero no tendríamos ningún otro motivo para preocuparnos del resto de los seres vivos, ya que ninguna de las otras especies lo hace.  Pero como ya hemos visto en el post anterior, el pensamiento políticamente correcto padece de fisuras internas.  No podría ser de otro modo, ya que en realidad no es un todo orgánico sino un collage hecho con los restos de ideologías naufragadas.

No sabemos cuántas especies se extinguían antes de la aparición de los seres humanos, ya que aún no estábamos allí, por lo tanto es aventurado decir que en nuestros días se extinguen más especies “que en cualquier época precedente”.  Lo que sí podemos decir es que si en otras ocasiones hubo extinciones catastróficas  —como la que provocó la extinción de los dinosaurios— y la vida volvió a florecer, es que en realidad no es tan frágil como la suponen los ecologistas.

Por otro lado, es evidente que entre más exitosa sea una especie concreta, más especies rivales hará perecer a su paso.  En eso consiste la struggle for life.  La extinción de otras especies, desde un punto de vista auténticamente darwiniano, no debería ser algo por lo cual tendríamos que sentirnos culpables, sino más bien orgullosos.  Pero en el ecologismo juega un papel crucial la mentalidad izquierdista, que ve con odio todo lo que sea exitoso.

Confomes con su desprecio por la humanidad, los ecologistas pecan de pesimismo.  No es descabellado pensar que la tecnología llegará al punto en el pueda revertir la extinción de las especies, o, in extremis, poblar otros planetas.  La humanidad se ha encontrado con graves problemas en el pasado, y los ha superado.  En la era victoriana Malthus hubiera pensado que es imposible alimentar a una población como la que actualmente puebla la tierra.  Esto solamente ha sido posible gracias a los avances en la producción y distribución de alimentos, inimaginables en el siglo XIX.

¿Dios ha muerto, o solamente se pintó de verde y se puso extensiones?


Con Lovelock llegamos al germen de lo que en nuestros días es la gran idea de Gea (Gaia en inglés), o sea, la tierra como un supuesto gran organismo que se autorregula.  No es casual que se elija para este concepto el nombre de una antigua deidad griega, ya que el ecologismo va tomando cada vez más las características de una religión primitiva.  Lejos de ver al ser humano como parte de ese gran organismo, conformes con el odio que sienten por sí mismos, los ecologistas ven a la humanidad como un virus que amenaza la existencia de Gea, y creen que lo mejor que podemos hacer es extinguirnos para preservarla.  Como gran muestra de empatía con la humanidad, los más tolerantes de ellos a lo sumo nos perdonan la vida a cambio de que renunciemos a todos nuestros avances tecnológicos y regresemos a vivir en la copa de los árboles.

La tierra no es ningún organismo, es el lugar donde viven especies que luchan entre sí por la sobrevivencia.  Ninguna de estas especies se preocupa por la suerte de las demás, excepto el ser humano.  La humanidad no solamente es responsable de la extinción de muchas especies,sino también de la conservación de otras tantas, a las que la “selección natural” hubiera condenado irremisiblemente a perecer.  Al actuar en la naturaleza, ya sea extinguiendo o conservando especies, desconocemos cuál es el impacto global de nuestras acciones.  Puede ser que al conservar la biodiversidad en realidad estemos favoreciendo el surgimiento de la especie que nos reemplazará.  La vida desaparecerá de la tierra tarde o temprano aunque los humanos ya no existamos, así que ¿por qué ese afán de paralizar la vida humana con tal de no “interferir” con la naturaleza"?  Paradójicamente, a largo plazo la única esperanza real para la sobrevivencia de la vida depende de que la humanidad desarrolle una tecnología lo suficientemente avanzada como para llevársela a otro planeta.  O sea: debemos recorrer justamente el camino opuesto al que los ecologistas quisieran llevarnos.

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