martes, 22 de marzo de 2011

¿El tsunami fue una venganza de Gaia?

Cuando los científicos se preguntan si el calentamiento global fue responsable de la devastación en Japón, algo anda mal.

Poco después del terrible terremoto y el subsiguiente tsunami que destruyó Japón, un pequeño número de personas afirmó que el calentamiento global fue una causa del mismo, y renovaron el llamado a actuar en contra del calentamiento provocado por el hombre.

Parece ridículo, desde luego, que el calentamiento global pueda causar terremotos, o potenciarlos.  Sin embargo, algunos científicos han argüido que de hecho el derretimiento de los glaciares ha liberado presión sobre las placas tectónicas, produciendo de esta forma terremotos:  “Es inevitable que la retirada de los hielos produzca actividad tectónica”, dijo un geólogo americano hace un par de años.

Bien, ahora díganme quién es el que está loco.   Honestamente pienso que los creyentes del cambio climático provocado por el hombre no están en sus cabales.  Ciertamente no están locos, pero están actuando de acuerdo con unos principios que pueden ser clasificados como religiosos – religiosidad que reviste una forma particularmente indeseable.

La postura de que el cambio climático causado por el hombre ha inducido el terremoto japonés es tan razonable y objetiva como la tesis de que el huracán Katrina fue un castigo por la permisividad sexual de los habitantes de Nueva Orléans, o que el terremoto de Haití fue el pago por el “pacto con el diablo” que los haitianos celebraron a fin de obtener su independencia.  Todas son proposiciones enteramente razonables – habida cuenta del contexto de creencias respectivo.  Si crees en el mal moral y en el castigo divino, entonces tendrá sentido para tí que los actos moralmente malos de los habitantes de una ciudad causen o contribuyan en las desgracias que asolan la urbe.  De manera similar, si crees que el cambio climático provocado por el hombre es real, y que esta influencia humana trastorna la naturaleza de forma dramática, entonces tendrá sentido para tí pensar que toda gran catástrofe natural puede ser exacerbada por acciones humanas.

¿Quién sabe?  El punto importante es que mucha gente cree, y cree no con base en la evidencia, sino en la autoridad.  Llegué a esta conclusión hace algunos años, al tratar de llegar al fondo del asunto del debate en torno al cambio climático.  Es evidente que para poder revisar la evidencia uno necesita un alto nivel de competencia en materias especializadas.  Cada opinión tiene sendos expertos que la respaldan, completamente convencidos de poder desmantelar los argumentos del contrario por completo.  Si uno tiene voluntad de ser convencido, ambos bandos harán un buen trabajo.  Pero para decidir qué bando de expertos está en lo correcto nosotros mismos tenemos que ser expertos.

Esto no es un llamado a la ignorancia, sino un reconocimiento de que la evidencia en juego requiere un conocimiento especializado para poder ser interpretada.  Desafortunadamente, esto aplica no solamente para la evidencia respecto al cambio climático, sino también para la evidencia necesaria para determinar la confiabilidad de los expertos en el campo.

Un ejemplo cotidiano puede clarificar las cosas: un conocido mío está en el proceso de comprar un segundo carro.  Un mecánico le advierte que hay un ruido extraño en el motor, pero no considera que tenga importancia alguna.   Sin embargo, otro mecánico, un amigo de la familia que no ha visto el carro, afirma que el tipo de ruido descrito es un serio problema y amerita una investigación exhaustiva.  ¿Cómo saber cuál de los dos tiene razón cuando nosotros no tenemos la menor idea de si el ruido es importante o no?

No solamente carecemos de la experiencia mecánica para diagnosticar el automóvil, sino que tampoco tenemos la experiencia necesaria para decidir cuál de los dos mecánicos merece nuestra confianza.  A fin de cuentas tenemos que decidir creer en un mecánico o en el otro, o escoger un curso de acción que evite el peor de los escenarios planteados.

Cuando tratamos del problema del cambio climático causado por el hombre, la mayor parte de las personas que afirma su realidad ha elegido creer.  Cada individuo que carece de los conocimientos necesarios para analizar las evidencias disponibles y piensa que la humanidad afecta de forma dramática el clima no tiene ningún apoyo lógico ni objetivo para su creencia.  Esta persona no sabe, solamente cree.

Toda referencia a “el número creciente de científicos” o al “aplastante consenso científico” es una admisión de que los hechos no hablan por sí mismos.  Los argumentos que apelan a la opinión de la mayoría o a la de figuras de autoridad son inválidos y nada garantiza que sean verdaderos.  Para la mayoría de la gente, la cuestión del cambio climático no se trata de encontrar la verdad, sino de “unirse al club”.

Mientras que muchos apuntan a las potencialmente catastróficas consecuencias de no actuar contra el cambio climático antropogénico, para mí el problema más evidente es cómo la cuestión del cambio del clima ha convencido a tanta gente para aceptar la apelación a una autoridad como la base de su creencia.  Los políticos y otros miembros prominentes de la sociedad han dado peso a la peligrosa idea de que no importan las razones por las que uno cree, mientras uno crea.  ¡Todos a bordo y nadie cuestione esta importantísima causa!

El efecto narcotizante masivo de este movimiento no debe ser subestimado.  No solamente promueve una forma de pensar defectuosa, sino que silenciosamente cambia el debate sobre el cambio climático a la esfera de lo religioso – un peligroso lugar, sobre todo en una sociedad donde el pensamiento y la adherencia religiosa serios están en decadencia.

De hecho, la creencia en el cambio climático provocado por el hombre reviste las características de un movimiento religioso primitivo.

En primer lugar, como se detalló anteriormente, la creencia misma es elevada más allá de los requisitos de la evidencia.  En segundo lugar, se concede una importancia moral a dicha creencia, de tal forma que la disensión no solamente es incorrecta fácticamente, sino también moralmente malvada, de tal forma que los escépticos del cambio climático no solamente están equivocados, sino que de hecho son agentes nefandos de oscuros intereses.  En tercer lugar, se considera que la humanidad está pecaminosamente corrompida, en deuda con la madre naturaleza, como lo pone en evidencia nuestra contribución al cambio climático, con varios escenarios apocalítpticos predichos.  En cuarto lugar, confiamos en autoridades con conocimientos especializados y visión para alertarnos de los peligros que se aproximan y para guiarnos a la seguridad (lo que nos hace muy semejantes a las sociedades que se confiaban a los conocimientos de sus chamanes o sacerdotes, N. del T.).  En quinto lugar, el camino a la seguridad exige mayores sacrificios, tanto públicos como privados ( hay que “aplacar” a Gaia con expiaciones, N. del T.).  Somos llamados a una especie de arrepentimiento por nuestra actividad económica e industrial, responsable de nuestra situación actual.

Dichos sacrificios son buscados independientemente de su impacto real sobre el problema del cambio climático.  Por ejemplo, el gobierno australiano está promoviendo un “impuesto al carbón” a pesar de la relativamente minúscula importancia que tiene el carbón en el cambio del clima.  De la misma forma, los individuos llevan a cabo ritos simbólicos, como apagar sus luces por una hora, o pagan más con tal de tener electricidad “verde”, acciones que no tienen ninguna incidencia real en el problema.  El tema subyacente es que la culpabilidad individual puede ser borrada a través de actos simbólicos y sacrificios.  (Es significativo que quienes hacen mayores sacrificios y con más entusiasmo para evitar el cambio climático sean los países escasamente industrializados, mientras que Estados Unidos y China pasan por una cumbre climática tras otra sin realizar ningún cambio concreto.  N. del T.).

La disposición a ver una conexión entre los terremotos japoneses y el cambio climático causado por el hombre – aun en completa ignorancia de cualquier teoría que pudiera explicar el enlace – sugiere un desarrollo religioso más avanzado.  Dada su entrada inválida o errónea a la creencia del cambio climático antropogénico, para muchos creyentes resulta difícil pensar con claridad en los confines de su propio sistema.  La tentación de apelar a modelos simples o a reglas basadas en presupuestos defectuosos puede imponerse a la opinión más mesurada de los expertos del clima.  Así es como la conexión entre los terremotos japoneses y el cambio climático parece “obvia” para quienes han abrazado la idea de que los actos humanos son responsables de corromper o pervertir la naturaleza misma, de la misma forma que otros creyentes religiosos perciben el castigo divino en Nueva Orléans y Haití, sin tener en cuenta opiniones teológicas más serias.

Los “escépticos del clima”  afirman burlonamente que la fase religiosa más avanzada de estas ideas se concreta en el “culto a Gaia”, ya que Gaia es un concepto elaborado y defendido por ecologistas, según el cual la tierra es un solo y gigantesco organismo autorregulado.  En un contexto religioso, Gaia simboliza el irreductiblemente complejo orden natural que la humanidad ha sido incapaz de respetar.  Gaia es responsable del florecimiento de todas las formas de vida, mientras que los seres humanos han incidido negativamente en Gaia, y por lo tanto son responsables de cualquier desastre natural.  El terremoto en Japón sería un síntoma de la angustia de Gaia, o una probadita de su venganza.

Si no somos cuidadosos, nuestro apoyo tácito a estas ideas religiosas provocará un desarrollo más serio en nuestra cultura.  Puede que sea políticamente conveniente recurrir a los aspectos religiosos de la naturaleza humana, dotando al ecologismo de una fe religiosa.  La historia nos demuestra que lo hacemos bajo nuestro propio riesgo.

Zac Alstin

Traducido a partir del artículo aparecido originalmente en Mercator.net bajo licencia Creative Commons

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